El sufrimiento es inherente a la existencia. Todos lo experimentamos en mayor o menor medida, haciendo que la vida parezca a menudo una elección entre sufrir o morir. Aún así, parecemos empeñados en añadir un lastre complementario al malestar de lo cotidiano. Por ejemplo, si suspendemos un examen, a parte del pesar que nos causa tener que volver a estudiarlo, tendemos a inundarnos de afirmaciones como "no valgo nada", "nunca llegaré a encontrar trabajo" "nunca acabaré la carrera", y demás pensamientos derrotistas que van hundiendo el barco en el tratamos de atravesar el océano de la vida. Nosotros somos nuestro propio enemigo.
Este malestar de pensamiento, al que todos somos propensos, tiene solución. Es un malestar que se puede disminuir considerablemente con un poco de esfuerzo, ya que nosotros mismos lo creamos. Para ello es necesario que no se busque lo negativo de cada acontecimiento, que uno se conforme con lo malo que trae la vida y no se hunda más sin motivo. Todo depende del cristal a través del cual se elaboran los pensamientos. Nosotros educamos nuestra tristeza y nuestra alegría.