Recientemente se publicó que el precursor del
diagnóstico de Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), Leon
Eisenberg, confesó haber inventado el trastorno como algo genético para obtener beneficios de
parte de las compañías farmacéuticas.
A pesar de la evidencia, no debería asumirse que la hiperactividad es ficticia. La aportación
de Eisenberg ayudó a soliviantar la culpabilidad de unos padres que no
entienden qué es lo que está pasando y que creen no estar a la altura de las
circunstancias. La causa genética es el indulto de los pecados, y la medicación
se convierte en la solución de todos los males. Es incuestionable que si no
ocurriese algún fenómeno a nivel cerebral las anfetaminas no surtirían el
efecto que tienen en los niños con exceso de actividad. Sin embargo, hay que
tratar de ir más allá, investigando las causas psicosociales de ese comportamiento
tan poco conveniente para una sociedad donde se exige obediencia y
tranquilidad, pero donde no se hace ningún esfuerzo para enseñarla.
La
necesidad de achacar el “problema” de un hijo a causas genéticas, sirve para redimir
a los padres. Sin embargo, los padres no deberían sentirse nunca culpables. Las
dinámicas familiares siempre tienen consecuencias positivas y consecuencias
negativas para todos los miembros de la familia, en todas las familias de todos
los lugares del mundo. El hecho de que la causa de algunas dificultades surja
de esa dinámica familiar no implica que la familia o que el niño sean "culpables".
Siempre que todo esté hecho desde el amor, y con sanas intenciones, los padres
estarán haciendo un buen trabajo. Es necesario entender esto, no solo para que
los familiares se sientan con ánimo de colaborar y sepan que ellos pueden
cambiar la situación si así lo desean, sino porque el hecho de no sentirse
culpables ya es terapéutico de por sí. Un padre relajado da ejemplo y ayuda al
niño a sentirse cómodo, a no verse como “el hiperactivo” sin identidad propia.